Hay dos momentos al día que no me gusta nada saltárme porque me encanta poder disfrutarlos.
El primero es mi café solo a primera hora de la mañana, ya simplemente pensar en el olorcillo que invade la cocina me arranca una sonrisa, y el segundo, es al finalizar la comida, tomar un té bien calentito.
Me gusta tener diferentes sabores y así poder ir cambiando cada día. Té negro, té verde, de frutas del bosque, Pakistaní… Son mi debilidad. En ambos casos el
aroma y el sabor me pierde.
El problema es que el otro día fui a comprar té porque me
estaba quedando sin existencias, y al final me fui bien cargadita a casa y no
tenía donde guardarlo porque donde lo hacía habitualmente se quedaba pequeño.
Así
que pensé: ¿Por qué guardarlo en un armario? ¿Por qué no dejarlo a la vista?